A DUBROVNIK POR MOSTAR. El fantasma de la guerra


30 de julio

Recorrido: Drasnice- Ploce-Mostar-Neum-Dubrovnik.  266 km
Pernocta: Autocamp  Kupari. Kupari (8 km de Dubrovnik)

La noche ha sido calurosa, tanto que no hemos apagado el enfriador. Los finlandeses vecinos tienen todo cerrado y un estupendo aparato de aire acondicionado.

David me avisa de que hay cola junto al quiosco-bar y compruebo que un señor vende pan y bollos y otro frutas. La apariencia exterior de ambos es totalmente distinta y esto me llama la atención. El panadero ha venido en un buen coche, está bien vestido y presenta muy bien sus productos. El frutero tiene una furgoneta andrajosa y vieja y su aspecto exterior es algo descuidado y muy curtido. La fruta es estupenda y a buen precio pero no comprendo si las diferencias se deben a distintas situaciones económicas o es simplemente una cuestión personal. A lo largo de nuestro recorrido fuimos comprobando que este tipo de contrastes era bastante frecuente.

El calor, a los 8 de la mañana, hace imposible que desayunemos fuera, donde da el sol.
Dejamos el camping donde nos hemos sentido muy a gusto y ponemos rumbo a Mostar. Cuando llegamos al delta que forma el río Neretva, sembrado de naranjos y mandarinas, vemos como los puestos de fruta se alinean uno tras otro. Puede llegar a haber 50 o más. En la frontera hay colas que nos retienen una media hora. Los bosnios piden y examinan la documentación de los ocupantes de los turismos croatas, pero no parece ocurrir así con turismos de la de la U.E. a los que dan  paso. Una vez en Bosnia Herzegovina observamos que el país es más pobre, parece vivir más de la agricultura, pero muchos de sus campos están abandonados. Los turismos son más viejos. Según nos adentramos vemos casas abandonadas y derruidas. En algunos lugares ha dejado estas ruinas y han reconstruido a 200 m. Vamos siguiendo el curso del río Neretva, grande y de un bonito color esmeralda.

En realidad ayer cambiamos la ruta ya que pensabamos visitar Mostar sin bajar hasta el delta del Neretva, pero no nos fiamos del estado de las carreteras y Angel no llevaba pasaporte y aunque no es necesario, nos aconsejaron tenerlo. Pensamos que esta carretera tendría mejor estado y sería más transitada por lo que pasar sería más facil.

Tras 2 horas en las que no dejamos de contemplar un paisaje algo desolado en el que la visión desperdigada de ruinas de casas o grupos de casas no deja de acompañarnos, nos encontramos casi a las puertas de Mostar, y el tom tom se pierde por lo que cambiamos de nuevo al IGO que nos guía hacia el centro de la ciudad. Pero comenzamos a contemplar edificios de viviendas en los que en su parte alta aparecen los agujeros de las balas, ruinas de otros y algún que otro “esqueleto” de lo que en su día fueron edificios. Estamos desconcertados. No esperábamos encontrar esto. Luego supimos que habíamos entrado por el Bulevar, la antigua línea del frente, franqueada por edificios destruidos y con señales aún de metralla y mortero en las fachadas de sus edificios y que actualmente  y desde 1994, separa “sutilmente” la parte croata o católica de la bosnia o musulmana.

La gente pasea por las calles con la mayor naturalidad del mundo como si pasar entre algunos edificios tiroteados o ruinosos fuera normal, pero para nosotros no lo es y boquiabiertos,  impactados y encogidos, continuamos buscando un lugar donde aparcar, pero estamos totalmente desconcertados. En una calle ancha dejamos un gran edificio gris que es un aparcamiento, con impactos de bala y agujeros de mortero y a escasos 20 m veo un sitio para aparcar en batería. Conduce Angel y dice que él no cabe allí. Insisto y al final accede a intentarlo. Un poco justos pero bien, sin molestar a nadie. No estamos para ser “tiquismiquis” con los aparcamientos. Tratamos de ubicarnos y preguntamos a una pareja de jóvenes por el “Stari grad”. Nos escribe cómo se llama el lugar donde estamos por si nos desorientamos y nos acompañan a la calle que nos introducirá en el barrio viejo y nos sorprende ver aun ruinas de edificios entre otros reconstruidos. Seguimos acercándonos al barrio viejo con el estómago encogido.



No me siento bien, me siento extraña, como ausente, como si contemplara un telediario  a través de la ventana de la televisión, como si  me hubiera sumergido súbitamente en un noticiario. Pero estoy allí, rodeada de gentes que pasean tranquilamente por las calles y que en su día vivieron esta tragedia y me pregunto ¿qué pensarán o qué sentirán ellos ante nuestra presencia?. A un lado, nosotros, turistas, simples espectadores y al otro, ellos, los protagonistas, víctimas o verdugos o ambas cosas, de una tragedia inmensurable. Deseo comportarme  como si no me sorprendiera lo que veo, como ellos, como si estuviera habituada a verlo todos los días, o como si no existiera lo que contemplo y por tanto no hubiera sucedido nada de lo que 12 años atrás sucedió. Pero no es así. Jamás he visto esto y en mí se agolpan sentimientos contradictorios: vergüenza, no sé por qué, si por pertenecer a una especie que es capaz de protagonizar las mayores atrocidades que podamos imaginar contra nosotros mismos, extrañeza, incomprensión por no alcanzar a comprender cómo y por qué pasó esto, rabia, culpabilidad por haber sido testigo lejano y frío de esta realidad sin haberme inmutado apenas los minutos que duraba la noticia en al televisión….y tristeza, mucha tristeza. Muchos de los que se cruzan con nosotros fueron testigos y protagonistas de esto. Trato de ver más allá de sus caras. Y la tristeza me invade aún más porque pienso que muchos de ellos han visto más de lo que hubieran querido o imaginado ver. Me da incluso vergüenza hacer fotos por que parece que contemplo ajena y distante un noticiario de televisión. Y en cierto modo así es, ha sido ajeno a todos, excepto para ellos. Todos veíamos las crónicas de la guerra, pero yo apenas prestaba atención, o tan solo lo hacia el tiempo que duraba la noticia para luego volver a mi cómoda realidad. Y ahora sentía lo mismo: vengo de visita, miro, contemplo y me siento horrorizada, veo que lo están superando, pero ahí se quedan que yo regreso a mi vida llena de todo y donde lo que posiblemente pasó está muy lejos de mi imaginación. Y a mi me llena de congoja que mi hijo no pueda estudiar medicina. Por lo menos yo  tengo hijos y sanos. Muchas madres no pueden sentir esto por que se los mataron o mutilaron  en esta guerra y otros tantos, aunque conserven la vida, lo han perdido todo.

Un grupo de soldados alemanes de la OTAN, uno de ellos bien armado, me  devuelve a las empedradas calles. Estamos entrando en el barrio viejo, totalmente reconstruido. El centro de esta ciudad no es un plaza o avenida, sino el río Neretva y el puente viejo a donde nos dirigimos. A lo largo de la calle se alzan edificios bajos de piedra blanca que albergan en su mayoría tiendas y  bazares con todo tipo de cachivaches. Aceptan kutnas, euros y su moneda. Hace mucho calor y la gente pasea. Se ven turistas pero pocos. Vemos el río Neretva a nuestra derecha y al fondo el puente viejo. Su esbelta y elegante imagen causa en mí una profunda impresión. Cerca del puente una pequeña tienda alberga una exposición fotográfica que la gente contempla en silencio: una ciudad convertida en escombros, reventada por la artillería que durante meses machacó Mostar, sin olvidar que mientras, en la ciudad, los francotiradores ensayaban su puntería con algún desgraciado a quien la necesidad obligaba a salir. Un puente rudimentariamente protegido, la ciudad sin él, la devastación, el horror….60.000 personas fueron testigos de la agonía durante 4 interminables años que acabaron con una de las ciudades más bellas de Europa…

El Stari Most, símbolo del pasado multicultural de Mostar,  de la unión entre croatas y musulmanes, fue construido en 1556 tras 9 años de obras. Bastaron 30 minutos para que la metralla de un tanque croata lo destruyera en noviembre de 1993. Antes lo habían cubierto con hojas de metal y alfombras y trataron de protegerlo con neumáticos. He leído en dos sitios distintos una historia que podría ser un estupendo argumento para cualquier película. Si en un principio croatas y musulmanes  lucharon juntos contra las  tropas serbo-bosnias, terminaron por enfrentarse entre ellos. Los croatas intentaron derribar el puente y no lo consiguieron hasta que  recibieron un soplo de alguien que en su día trabajó en la conservación del puente quien informó a los mandos militares que éste tenía su interior hueco y que si disparaban concienzudamente contra esta cámara hueca tirarían el puente. Y así lo hicieron. El puente no era un objetivo estratégico. Era un símbolo. Así pretendían borrar las raíces culturales de una población que llevaba siglos conviviendo en paz y armonía.

Yo no hubiera reconstruido el puente. Hubiera hecho una réplica a pocos metros del original, pero habría dejado tal cual estaba lo que quedó del original. Para NO OLVIDAR, como rezaba un rótulo pintado en una esquina de una casa. Aunque dicen que el puente es un símbolo de reconciliación y de la cicatrización de las heridas de la guerra civil, lo cierto es que Mostar continua dividida desde 1994 por el “Bulevar”.

Al detenernos en una tienda, su dueña, bastante joven, se dirige a nosotros en un castellano muy bueno. A mi pregunta de dónde lo había aprendido me da una respuesta sorprendente: de las series televisivas, al igual que el inglés, que también habla. ¡qué habilidad tan maravillosa y envidiable!.
“Subimos” por el puente, pavimentado de mármol y “bajamos” con mucho cuidado apoyándo bien los pies en las tiras transversales para impedir que resbaláramos  ya que en Aragón se diría que era un auténtico “deslizaculos”. En el centro un joven en bañador parecía que se va a lanzar al río, pero al final desistió. Abajo destaca el intenso azul  del río y lo que parecer ser un pequeño merendero. De frente, la vieja ciudad reconstruida muestra la belleza que su armonía transmite al que la admira por primera vez.

Entramos en la parte “occidental” o croata de la antigua ciudad, que no parece tan interesante como la primera, la bosnia o musulmana. Así es que decidimos regresar ya que el calor apretaba, visitando antes una de las tres mezquitas que vimos en nuestro camino y que está al pie de la misma calle, la mezquita  Koski Mehmed Pacha que data del siglo XVII pero destruida durante la guerra, resultando una visita interesante y muy agradable.

El paseo por la ciudad vieja no ha eliminado del todo esa extraña sensación que comencé a experimental al principio. Me sentía más tranquila, pero seguía siendo un hervidero de emociones encontradas. Y así llegamos a la camper que marcaba 50ºC en el exterior –ya serían menos- y tan solo 30 en el interior (habíamos dejado el enfriador puesto). En pocas palabras: afuera hacia mucho calor y dentro se podía estar. Abandonamos la ciudad por donde nos indicó el navegador (IGO), esta vez por un sitio distinto a por donde habíamos entrado, rodeándola y teniendo una vista de ella desde arriba. 

Y seguimos viendo más de lo mismo, pero nos llama especialmente la atención un cementerio junto a unas viviendas. Suponemos que sería uno de los parques que durante la guerra se convirtieron en improvisados cementerios.
De regreso hicimos una breve parada en Pocitelj,  -reconstruido tras su destrucción- bonito pueblo fortificado de aire oriental de piedra blanca construido sobre una ladera y a orillas del río Neretva y con una mezquita  que podemos visitar.

Ya en la frontera, no tenemos apenas que esperar aunque a los Bosnios les revisan la documentación con bastante detenimiento. Y continuamos hacia Dubrovnik, para lo cual pasamos de nuevo la frontera entre Croacia y Bosnia Hercegovina otras dos veces más sin ninguna demora. Pensamos ir al camping Kupari, así que pasamos Dubrovnik y paramos en uno de los  miradores que hay en la carretera a unos 2 km de la ciudad desde donde se pueden contemplar  unas hermosas vistas de la ciudad y  donde ésta se muestra en toda su belleza que parece sacada de un cuento de hadas.

Pero estos miradores  tienen un oscuro y reciente pasado ya que fueron los lugares elegidos para asediar a cañonazos la ciudad. 

Contemplando esta belleza cambiamos de opinión y decidimos ir al  camping Solitudo, anunciado a lo largo de toda la carretera. Llegar tiene su dificultad y si no llega a ser por el navegador posiblemente habríamos dado más vueltas, ya que las señales brillaron por su ausencia. El camping parece enorme así es que en recepción dejamos la documentación, como siempre, y comenzamos a buscar sitio. El suelo era muy pedregoso y malo, la sombra más bien escasa,  el precio 50 euros de bellón, y no terminábamos de encontrar un sitio que nos gustara, sobre todo porque pensábamos dejar a Mara al día siguiente en la auto y necesitábamos sombra. Aunque eran ya las 6,30, recogimos la documentación y volvimos sobre nuestros pasos en dirección a Kupari, unos 8 km después de Dubrovnik y a 15 minutos. Y acertamos. El camping, aunque algo antiguo, es grande, totalmente plano, tenía  mucha mucha sombra, estaba parcelado y las parcelas eran muy grandes, un autobús que pasaba cada 30 minutos y que en 15 deja en la ciudad, 32 euros y una playa a 300 m que descubrimos que encerraba una sorpresa.

Así es que encantados por el sitio, nos instalamos y nos fuimos a la playa para lo cual tuvimos que cruzar la carretera por un subterráneo y una vez allí entramos en una extraña zona con jardines abandonados y espesa vegetación. Entre ella surge un edificio de color gris, alto, abandonado con agujeros de balas y mortero de aspecto algo fantasmagórico. Parece que hoy es el día de recuerdos de la guerra. Hasta ahora no habíamos visto nada, parece que no había existido, y hoy se agolpa todo. En silencio continuamos atravesando lo que parecen los jardines hasta llegar a la playa, una hermosa bahía de aguas azules y transparentes a la que se accede por unas amplias escaleras resquebrajadas. Aparece también otro edificio frente al primero un poco más pequeño igualmente abandonado. Pero cuando entramos en el agua y nos alejamos un poco nadando descubrimos otro pequeño  edificio de estilo colonial cuya fachada está marcada por numerosos  impactos de bala. Parece formar parte todo de un complejo turístico de veraneo.

Tras el baño nos asomamos al interior de este último: a nuestra izquierda una especie de recepción circular y a la derecha una escalera que gira y asciende. Todo está destrozado y el techo amenaza con caer con cables sueltos  y otros elementos decorativos que están colgando. Encogidos y apenados, recorrimos el camino de vuelta dejando lo que parecía haber sido unos quioscos de playa y a nuestra derecha una par de mesas de pin-pon, abandonadas entre la maleza de los jardines. Parecía el escenario de una película de terror, pero era una realidad que apenas dejaba imaginar lo que ocurrió 15 años atrás. Es impactante el silencio y la soledad que rodea todo, contrastando vivamente con Mostar que pese a todo, recobra su vitalidad día a día. Aquí parecía todo dormido, suspendido, irreal, como en el cuento de la bella durmiente….

De regreso de este extraño “viaje al pasado”, nos dimos una estupenda ducha que junto con una deliciosa pizza que encargamos en el restaurante del camping pareció reponernos de este día tan intenso. Se levantó un aire que refrescó el ambiente y que después de tanto calor era de agradecer. La noche nos sorprendió cenando y nos fuimos pronto a dormir para atacar mañana temprano Dubrovnik.
(Para continuar la lectura, pinchar en "Dubrovnik, la perla del Adriático. El fiordo mediterráneo",  inferior a la izquierda)